miércoles, 16 de marzo de 2011

ASÍ VEÍA ROSARIO A LÍVINGSTON Y A SU TRÍPTICO ERÓTICO


 

Por Rosario Castellanos:



               INTRODUCCIÓN


EN EL PANORAMA de la literatura mexicana contemporánea –en el que parece haber una sola tendencia: la de la ruptura con lo establecido, aunque las manifestaciones sean diferentes entre si y aun contradictorias – hay que colocar el nombre y el libro de quien no tiene ninguno de los signos del recién venido sino que ostenta el aplomo del profesional: Livingston Denegre Vaught, autor del Tríptico Erótico.

En sus páginas torrenciales en las que el ímpetu arrastra materias diversas (las preocupaciones sociales, características de nuestra época, el examen irónico de las dogmas que se consideraban intangibles, la experimentación de nuevas técnicas expresivas y el uso de un instrumental múltiple que da al texto una forma de manifestarse que se aparta de lo convencional) la corriente continua, el meollo parece estar constituido por el sexo.









Pornografía, condenaran los moralistas; obsesión, diagnosticaran los críticos literarios. Puede ser todo esto, haya una tentativa desesperada de captar lo esencial de un acto que, hasta hace algunas décadas, no era licito nombrar.

La verdad, desnuda. Lo primero que es preciso hacer para que entre la verdad y el sexo se produzca una aproximación es despojar a este de la fermosa cobertura que lo ha ocultado por siglos: sexo y amor y reproducción de la especie, sexo y matrimonio, sexo y neurosis, sexo y aberraciones.

Aislado de las ideas sentimentales, biológicas, sociales y éticas de evoca, la palabra sexo queda reducida a lo que originalmente designa: un fenómeno de la fisiología en su estado puro. ¿Y hay algo más difícil de enunciar, más resistente a convertirse en sustancia literaria que una función del organismo-físico humano?

Por eso se hace imprescindible el asedio y denegre vaught utiliza una táctica de ataque sorpresivo y desde todos los ángulos posibles: la exactitud del lenguaje, por ejemplo. Sí, renuncia a las metáforas para llamar a cada parte del cuerpo y a cada movimiento con su nombre propio: coloquial, técnico, esotérico. Reitera, una y otra vez, la narración  de experiencias sin más variantes que las de lugar y protagonistas, con un afán constante que podría ser característica, la repetición que quizá es definitiva.

  Paraliza el dinamismo de las acciones en la fotografía para que el objeto se vuelva contemplable y no se conforma con recoger, del trance sexual el gemido inarticulado del deseo, la exclamación paroxística o el suspiro de la saciedad sino que interroga:  ¿por qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿cuánto?. Obliga a sus interlocutores a hacer un esfuerzo por formular en palabras lo que han vivido en sus “antros mundos”


¿Pero por qué elegir, si no se trata más que de un proceso del funcionamiento del cuerpo, el sexual, y no otros que, en este nivel, si no son importantes sí son, al menos, más frecuentes? Comer o respirar, por ejemplo. Porque el sexo, como todas las necesidades, nos relaciona con un satisfactor que está fuera de nosotros. Y este satisfactor es –aunque  no exclusivamente - humano.

El vinculo que se establece entre dos criaturas igualmente menesterosas de contacto y de placer resulta entonces susceptible de adquirir un sentido. Es por este sentido por el que inquiere Denegre Vaught y no se contenta con las respuestas prefabricadas, con las frases hechas.la aspereza con las que las rechaza son una evidencia más de la autenticidad de su búsqueda. Que no culmina en este libro, que lo llevara a otro, y a otro, a la obra que se espera del escritor que es.


Los augurios son buenos. Lo que es preciso desear es que el dominio del oficio, que vaya alcanzando, la lucidez que vaya adquiriendo y el prestigio que vaya premiándolo, no mengüen su vigor, su espontaneidad ni su pasión.



                                                                        ROSARIO CASTELLANOS.