miércoles, 26 de enero de 2011

LA ÚLTIMA PALABRA


Llevo en mi conciencia muchas piedras. Con algunas ya he dado pedradas. Lívingston es Piedra Viva y he dicho que más vale decir la verdad al desnudo--tirar la piedra, sin esconder la mano--que lanzarse a una refriega física. Las palabras, dicen, se las lleva el viento. Pero hay muchas puntas de lanza o de flechas certeras que, dando en el blanco, hieren en lo más hondo. A esas gentes zaheridas no les es fácil olvidar; mucho menos perdonar. Han dejado de estar cerca de mí.
Sigo lanzando pedradas y alcanzo a ver su parábola con enorme curiosidad. Pero, no construyo parábolas, porque no se lo merecen.
Tengo piedras inglesas, francesas, canadienses, norteamericanas, yucatecas, campechanas, mexicanas, en fin. De serranías, de valles, de islas, de penínsulas, de río. De repente están muy pulidas y parecen diamantes. Pero otras parecen arrancadas de las laderas del Popocatepetl. Esos bólidos volcánicos tienen la luz de la verdad y, ¡Cómo hieren!
Hay piedras de fuego que carga mi pasión y piedras de obsidiana, sacadas de las pirámides de Xochicalco. Me acusan de usar palabras-pedradas cínicas, sarcásticas Pero otros piensan que son ecológicas, eucológicas, blancas como una bola de nieve, nazarenas, recogidas de templos arruinados Y otras que llevo al cuello, en una cruz de ónix. Y tengo otra cruz negra como el azabache Sin adornos la cruz, sencilla y desnuda como la de Jesús. Con ellas elevo plegarias y pido perdón. Son piedras del cementerio cercanas a las tumbas. Y estas piedrillas son como el silencio que se pide por el muerto, aunque dure un minuto. A penny for your thoughts! Un centavito por tus lágrimas que dices son de cristal, Gema.



Estoy viejo, aunque me sienta joven y pujante y haga todo con una enjundia admirable.pero mido mi ancianidad por el número de gentes que se han muerto a mi derredor. Gente que ofendí, que le di de pedradas con palabras zahirientes. Hay mujeres que piensan que estoy muerto porque las agravié intentando inmortalizarlas cometiendo su actos pérfidos, traicioneros y lujuriosos. Tienen razón merezco estar vivo porque rememoré sus desafíos a la lealtad, fidelidad y moralidad.

Tengo que pedirles perdón porque me erigí en juz siendo parte. Y esos actos de imprudencia, indiscreción y crueldad convertidos en discursos libidinosos ya los olvidé. Y lo único que sé es que tengo que pedirles perdón y que será este vocablo el último que hable, mi última palabra llegado el momento de morir.
Para que me perdonden tiene que comprender que arrojé esas pedrapalabras en momentos de angustia, de desesperación y de gran desamparo, como un abandonado arrojado de sus brazos sin amor ni piedad.


Hoy, muchos años después de mi tórrida juventud, veo las cosas como son, serenamente, desde el blanco de mis escasos cabellos, la cabeza erguida ya enfriada por ventiscas invernales y apaciguado mi ánimo guerrero. Y veo que todo es mentira: las heridas, las adúlteras, los gemidos, las risas y lágrimas y las cogidas, las muertes chiquitas y los orgasmos orgiásticos. Todo ha sido una representación de mentirijillas; hemos jugado a la fidelidad hasta la muerte y al amor eterno. Jugamos al. escondite siendo juguetes del destino implacable y lo diré en palabras recogidas por aquel cantor que evocaba a León Felipe: no he servido para nada, ni para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio ni piedra de una iglesia.
Yo, Líving stone veo tras setenta y cinco años que no sirvo ni para hacer justicia, ni para que me quieran mujeres, hijos y amigos y quizás, no más, sirva para tirar piedritas, guijarros, pedernalitos, piedrillas aventureras y con tan mala puntería siquiera de no darle en la frente al tirano, pues tiembla mi mano... Tienen razón: La Pidra Viva está ya muerta. Gracias por prevenirme.

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